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jueves, 16 de febrero de 2012

La intención es lo que cuenta



A pesar de los pesares varios que pesan sobre  nuestros hombros, siempre nos quedarán a  plazo fijo una serie de certezas y verdades universales tales como que  Marzo marceará, o Mayo nos mayeará con sus flores, por poner un par de ejemplos ilustrativos.  Es lo que tienen los inicios primaverales.  Pero  hasta ese momento no nos dejemos llevar por las ansias de calor y disfrutemos  de este Febrero a medio uso, mes  febril por donde se quiera mirar.

Y es que mientras unos  deliran  postrados en  sus respectivas piltras con toses mucosidades y temperaturas corporales de record  Guiness  en su comunidad de vecinos, otros se dejarán caer en los febriles   vapores de San Valentín, conocidísimo santo del Siglo III lustro arriba o abajo, y probable accionista mayoritario de unos grandes almacenes de la época. 
Santo, sí: pero con visión comercial. Algunos, en un alarde de acaparación sin precedentes conjugarán ambas cosas demostrando que es posible casar romanticismo y mucosidad, eso sí de forma febril y disparatada en la escala Celsius.  Los más frikis también se moverán en grados Farenheit y Kelvin mientras recitan haikus y juegan a Dragones y Mazmorras  versión “I Love You so much my Little Troll” como si les fuera vida y hacienda en el empeño.

Pero independientemente de Días de los Enamorados y otras hierbas, hay lugares comunes que a muchos se nos repiten todos los días del año, aunque marcee, mayee o septiembree como si no hubiera un mañana: sí amiguitos. Me refiero a esa perla de las relaciones amorosas. Ese conocidísimo juego cuya variante más común se denomina, agárrense al sofá,  “Cari… ¿Me quieres?” (La fatiguita me invade…).

Y a sabiendas de que parte de la concurrencia ya habrá cavado una trinchera de profundidad media con provisiones suficientes para subsistir un asedio moderado, no puedo dejar de desarrollar el conocidísimo argumento, que deja al mismísimo Tenorio reducido a escombros de consumo marginal:

-Cari…
-¿Qué? (ya empezamos)
-¿Me quieres?
-Claro que
(suspiro de resignación)
-¿Cuánto?
-…¡Mucho!
(ainssssss….)
-¿Cuánto es mucho?

A partir de  este delicadísimo punto ya se masca la tragedia y la cosa puede derivar por derroteros muy diversos en función de los años de convivencia y/o la insistencia de la parte que efectúa el despiadado interrogatorio.

Por eso, a la hora de agasajar a sus respectivas partes contrarias con motivo del magno evento del día 14 piensen en que hay que reactivar la economía. Y si en el intento su billetera les golpea en la cara con un guante, no acepten el duelo. No les compensa el honor sabiendo que van a perder y que siempre les quedará ese comodín tan socorrido como de dudoso efecto:

“La intención es lo que cuenta”.


Y si cuela, miren ustedes, pues eso que se llevan….



sábado, 11 de febrero de 2012

De mugres, vidas y haciendas.


En el rincón más oscuro de aquel tugurio de vida abundante y mala muerte, a la luz de lámparas mugrientas de tan bajo consumo como alto derroche de desesperanza lumínica, Isaac Olleros apuraba su sexta cerveza barata. Tal vez la séptima - las matemáticas nunca habían sido lo suyo-.

La mayoría de los parroquianos eran los habituales. Los de plantilla.  Hacía años que algún cliente iluminado, entre los vapores etílicos, comprendió que él y los que le rodeaban cada noche de cada día de cada semana, merecían un término que los diferenciase de los borrachos ocasionales que plegaban velas en el muelle de aquel antro alguna noche de tormenta. Y desde entonces se denominaban a  sí mismos "los supernumerarios" con esa seguridad que proporciona el sentirse parte de algo, aunque ese algo orbite en un microcosmos sórdido y pegajoso. Y además, aquello de homenajear al Opus en la cuenca del ojo le daba un valor añadido. Eran gentes de un incombustible mal vivir que a fuerza de revolcarse en los cenagales del camino terminaban por  convertirse en  perdedores con una inquebrantable mala salud, de esas que no proporcionan la inmortalidad pero conservan el pellejo en formol ingerido por vía oral.

 Todos estaban cortados por ese patrón que hace que la pana deje de partirse desde el momento en que le tocan el entorno. Cuando Paco "El Puta", el fósil de macarra de tupé en franca decadencia reconvertido  en mesonero urbano a medio domesticar se planteó darle una manita de pintura e instalar más luz a su amado local,  los exaltados acólitos hicieron uso del milenario arte de la democracia de la muchedumbre y Paco tuvo que dar marcha atrás y dejar las miserias, las penumbras  y la mugre en su sitio. La lógica era aplastante: a más luz más polvo, más suciedad, más se evidencian las arrugas y puñaladas talladas a cincel y martillo en la jeta del alma. En definitiva, su ejército de menesterosos le hizo comprender que el orden natural de las cosas en sus dominios no debía ser alterado. El triunfo de la escupidera frente al inodoro burgués.  Los caminos identitarios son intrincados y además inescrutables. Los muy cabrones.

Isaac, probablemente el más sereno de aquel ejército de parias, contemplaba el panorama desde su rincón disfrutando de la superioridad que le confería ser un sucedáneo del Polifemo en el país de los que no tienen niña de los ojos. Magra hacienda por otra parte, pero hacienda al fin y al cabo. La Chata, prostituta añosa con la culata del revólver ya comida a base de muescas, arrastraba por los pelos a la Antonia, más conocida como"La Pomposa" o simplemente "La Pompo", antigua "Señora de" que desde que había dejado de ser "Señora de" por K.O. técnico a manos de una rubia veinteañera y calculadora,  se había tirado a la piscina del alcohol sin gafas, respirador ni toalla pero, eso sí, con una pensión que le permitía sostener las adicciones. Hasta en el lumpen hay clases.  Las razones de la trifulca eran lo de menos. En esta guerra, como en todas,  las diferencias se dirimen por aniquilación del oponente y el que gana tiene toda la razón "ipso facto". Al final, unos pelos más o menos en el cuero cabelludo de "La Pompo" no cambiaban en nada la mecánica del cosmos ni el devenir del karma, por lo que tomar partido era perder el tiempo, las fuerzas y la borrachera a lo tonto.

Y en el fragor del combate ajeno,  Isaac le dio una calada al purito que fumaba desafiando los designios del Estado,  y entre la bruma nicotínica alcanzó a ver a Mario "El Legionario" retorciéndose entre convulsiones al otro extremo del local.  La ambulancia llegó media hora después para certificar el fallecimiento.

Isaac Olleros encendió otro purito y entre mares de nicotina y lúpulo concluyó que en toda guerra hay daños colaterales por más legionario y supernumerario que uno sea. Por más apodos, cicatrices y muescas en la culata del revólver que uno tenga a la luz de bombillas de poca enjundia...