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sábado, 27 de diciembre de 2014

Orcos, elfos, y otras historias de Hispaniendor

El vasto reino de Hispaniendor vivía tiempos de zozobra, cosa por otra parte muy habitual en su dilatada historia. Por tanto, podía decirse que nada nuevo había bajo la cegadora luz del Monte del Destino, cuya luz no era ya tan cegadora en realidad a causa de los recortes y de la carestía de la lava, en manos de las malvadas hordas de Endeser, Iberdrolon, Gasnaturalion y otras fuerzas oscuras. El hecho de que la luz estuviera en manos de fuerzas oscuras, y las legañas en ojos sin pestañas, era muy propio de la idiosincrasia de Hispaniendor y explicaba en buena parte su historia pretérita y reciente.

Enanos, elfos, hipsters, adoradores de Apple y  otras tribus que  conformaban los pueblos libres de Hispaniendor, estaban enfrentados entre sí tras años de sufrir y alentar a partes iguales las artes de los gobernadores Felipender de Gonzelor, Aznarion de Abdominalia , Zetaperion de Buenhendor, Marianender de Rajhoyl y los señores oscuros a los que servían. Los pueblos libres de Hispaniendor se enzarzaban en interminables luchas intestinas  a través de las redes mágicas de Pheisbukhon y Tuitendarl  que llegaban a todo el reino, mientras el trono seguía ocupado por la dinastía de Borbin, que entre cacería y cacería de huargos se dedicaba a reinar y a visitar sitios, que era lo suyo.

Muchas cosas habían sucedido en Hispaniendor desde la desaparición del malvado Franquelor y su cuerda mágica, de la que contaban las crónicas que una vez atada no había hijo de elfo que la desatara. Incluso había quien afirmaba que tampoco había quien la desatase, pero eso amigos, ya es otra historia.


 Las luchas se multiplicaban por doquier. Los muros de Hispaniendor se resquebrajaban mientras el gobernador Marianender centraba denodadamente todos sus esfuerzos en no hacer nada, con ocasionales mensajes a su pueblo a través de su plasmatron mágico.  Al igual que su antecesor Zetaperion, el gobernador Marianender  había recibido un duro correctivo desde los Reinos del Norte gobernados por la malvada Merkelia, y desde entonces no había vuelto a ser el mismo que decía ser. Sus  allegados afirmaban que incluso había dejado de fumar la hierba de La Comarca que tanto le gustaba, mientras que sus más acérrimos detractores opinaban precisamente que fumaba demasiada hierba, a la vista de su última aparición en el solsticio de invierno a través de su plasmatron mágico, donde anunciaba que la vuelta al esplendor de Hispaniendor estaba cerca.

A Marianender le crecían los enanos y los orcos por doquier, y ya no sabía si atender a levante, donde el insurgente Mas de Barretin, que iba a lo suyo, se alzaba en armas unos días más que otros, o a sus deudos de la Comunidad de Valentior, que a duras penas tapaban sus vergüenzas a la sombra de los majestuosos palacios encargados al mago Calatravion, que tenía el precioso don de convertir el oro en derrumbes y ruinas. Igual ocurría en su propia casa, donde mágicos pliegues de papiro repletos de monedas élficas circulaban sigilosos sin que nadie advirtiera su presencia ni su destino gracias a las artes de Mangalf de Barcenor, que finalmente había sido encerrado en las confortables mazmorras de la fortaleza de  Sothion de Realender junto a algunas antaño señaladas figuras del reino como Isabella de Panthojer cuya voz se apagaba a causa del malvado recaudador de impuestos Christobal de Monthor, siempre sediento de riquezas.

Al sur del reino el panorama no era más alentador. Los escándalos se amontonaban en océanos de oro arrebatado durante décadas por la aristocracia local, casi todos ellos discípulos aventajados de grandes magos como Rhobar de Lhasakka, y Chuppar del Bhote,  pero curiosamente nadie rodeaba el Palacio de Santhelmer, sede del poder del Sur desde hacía décadas, clamando justicia y la devolución del oro sustraído porque Hispaniender es así.

Además, Marianender y su rival y aspirante a gobernador del reino, Pethros de Sanchelor, se inquietaban ante el avance de Phablos de Iklesiaster y sus ejércitos, de los que se contaba que habían recuperado la antigua fórmula de la Pócima de los Druidas de Fründhelor, azote de los enemigos de los Pueblos Libres de Hispaniendor y tormento de los esbirros de Fachendor y del poder corrupto, cuyos efectos impedían que la casta gobernante pudiera permanecer por más tiempo a la cabeza de Hispaniendor: No obstante, Phablos de Iklesiaster prefería llamar a la pócima Champú Anticasta, porque ante todo hay que ir con los tiempos y dar mensajes de limpieza y frescor.


Y así, queridos elfos, enanos, hipsters, adoradores de Apple y tribus de los pueblos libres de Hispaniendor, este humilde narrador se despide hasta que la ocasión sea propicia, los dioses lo permitan, o nos encontremos haciendo churrasco de Troll en las faldas del Monte del Destino. Y ya que  Lhoterion no nos ha colmado de riquezas, que al menos las dádivas de Jhamon de Jhabugo alimenten nuestro ser, los caldos de Rhiojon calmen nuestra sed y las dulces notas de Thurron , Mazhapan y demás deidades nos den fuerzas.

Que falta hace...